Hace 11 días, después de vivir en democracia durante más de 30 años, Bolivia volvió a caer en la dictadura a manos de una de las figuras más influyentes de su historia, Evo Morales. Morales, quien ha ocupado el más alto cargo desde el 2006, ha liderado un gobierno plagado de escándalos. El gobierno de Morales es la definición perfecta de hipocresía y corrupción. Habiendo sido siempre un crítico ferviente de la derecha y lo que él autodenomina como el “imperio” y el capitalismo, ahora vuela alrededor del mundo en un avión privado, a lo que se suma el
gasto innecesario de ciento de miles de dólares en ropa y lujosas vacaciones. Morales ha logrado
construir un culto de personalidad alrededor de sí mismo, mandando a construir un museo que costó más de ocho millones de dólares en un pueblo con apenas 638 habitantes y un mínimo, si no nulo, valor turístico. El museo, en conjunto con muchas otras obras dedicadas a su propia figura, son simplemente proyectos de vanidad extremadamente costosos con el único propósito de glorificar su turbulenta década y media en el poder.
Los escándalos de su vida personal dejaron a los bolivianos preguntándose si estábamos hablando sobre la política de nuestro país o alguna telenovela. El escándalo más notable, el que excedió cualquier expectativa, fue el de
Gabriela Zapata. Este comenzó siendo un simple amorío y terminó destapando una red de corrupción del gobierno que entregaba contratos multimillonarios a empresas chinas a expensas de causar grandes pérdidas al país. El gobierno de Morales dice ser el único que ha apoyado a las comunidades indígenas del país, pero destruye sus tierras con carreteras que facilitan el narcotráfico y plantaciones
ilegales de coca, fruto de incendios intencionados. Un gobierno que algún día trajo la promesa de una revolución social hoy solo provoca el odio, la desconfianza y la violencia entre todas nuestras razas, culturas y etnias.
El gobierno de Morales es tan incompetente y represivo como es incapaz. Es más, el propio vicepresidente, un presunto licenciado en matemáticas, cuyo título nunca fue validado, no puede hacer simples sumas o
multiplicaciones. Se trata de un gobierno que se aprovecha de la ignorancia que promueve con su falta de inversión en educación y salud. Su gobierno es notable por cometer los mismos abusos que tanto criticaban de anteriores regímenes. Por ejemplo, en el año 2016, un grupo de activistas discapacitados marchó 380 kilómetros desde Cochabamba hasta La Paz, muchos en sillas de ruedas y muletas, pidiendo un pequeño bono de apenas lo equivalente a 70 dólares que les permitiría a aquellos con discapacidades severas vivir una vida algo más digna e independiente. La respuesta del gobierno fue
severa y desmedida, ya que lanzaron gases lacrimógenos y atacaron con cañones de agua a los manifestantes. Rosmary Guarita, una de las víctimas, testificó luego del hecho diciendo que “nos dispararon con agua, después de que nos cayéramos de las sillas de ruedas no nos podíamos levantar, pero ellos seguían disparando salvajemente los cañones, como si nos quisieran ahogar.”
Mientras la mayoría del mundo tenía los ojos puestos en los incendios de Brasil, se ignoró casi por completo el desastre ecológico que ocurría en Bolivia. Gracias a los incentivos económicos del gobierno para ampliar la tierra agrícola a través de la quema controlada se quemaron más de
4 millones de hectáreas y
miles de especies de plantas y animales fueron incinerados. El gobierno tardó más de dos semanas en reaccionar y a pesar de eso, se negaron a declarar el estado emergencia nacional alegando que eso daría paso a interferencia internacional en asuntos internos.
El 21 de febrero de 2016, se llevó a cabo un referéndum en el cual que se preguntó al pueblo boliviano sobre la posibilidad de que Morales pudiera desobedecer la Constitución que él mismo había legalizado para postularse por cuarta vez consecutiva. A pesar de la abrumadora negativa del pueblo con pruebas de fraude electoral, la oposición clamó victoria con a penas un
51.6 porciento de los votos. Como era de esperar, y pese a esa negativa por parte del pueblo, Morales hizo caso omiso y movió sus fichas en el gobierno, de tal manera que legalizó lo ilegalizable y se postuló nuevamente y por cuarta vez consecutiva en las elecciones de 2019.
Después de gastar
millones de bolivianos de fondos estatales en la campaña oficialista, el día de las elecciones se llevó a cabo el fraude más descarado de nuestra historia. Durante el recuento de votos, y a pesar de sus esfuerzos por amañar los resultados,
todo apuntaba a que Morales perdería ante la oposición liderada por Carlos Mesa. De pronto y sin explicación alguna, bajo órdenes expresas del Tribunal Supremo Electoral, se cortó la transmisión del conteo por dieciséis horas. Asimismo, se cortó la electricidad y el acceso a internet en áreas claves, para así hacer posible la victoria del MAS. Al día siguiente, cuando se hicieron públicos los datos, Morales había desafiado todas las expectativas y tendencias, y se alzaba ganador en la primera ronda. La explicación del gobierno fue que lo que había cambiado la situación fue el voto rural e indígena, donde ellos supuestamente tienen sus bases más fieles, declaraciones difíciles de creer. EE.UU., Canadá, la OEA y la Unión Europea
denunciaron la falta de credibilidad de las elecciones y han solicitado que se vaya a una segunda vuelta. La Misión de Observación Electoral de la Organización de Estados Americanos describió el cambio en el número de votos como “drástico” y “difícil de explicar”. Un ejemplo del nivel de fraude que se vio es el de mi propia abuela, que ha estado muerta por 6 años, y aparentemente votó en estas elecciones.
Una captura de pantalla del sitio web de resultados electorales, que muestra que la abuela fallecida de la autora votó.
Desde entonces, se ha movilizado el país para protestar el fraude, con millones de personas saliendo a las calles de todas las ciudades principales. El país nunca ha estado tan unido como ahora, liderados por una nueva juventud bien informada que ha empezado a alzar la voz y hacer ruido. Es unión y hermandad a través de razas y clases sociales. Es resistencia bajo un ideal de unión y progreso, evitando el uso de insultos racistas, homofóbicos o sexistas que en otra época hubiesen estado la orden del día.
Hace casi un año, estaba sentada aquí, en el mismo lugar, mirando la misma bandera en mi pared, con los ojos inundados de lágrimas mientras veía cómo se desvanecía lenta pero deliberadamente la democracia en mi país. Hace un año
escribía otro artículo que pedía ponerle un fin a la indiferencia de la sociedad boliviana.
Hoy, la sociedad boliviana tiene una actitud muy diferente a la de hace un año. Hoy, la mayoría de los bolivianos defendemos la democracia, no a los partidos políticos. Somos leales a nuestra bandera y a nuestro país. Hoy no hay más diferencias de raza o de color. Hoy no hay diferencia entre ricos y pobres, todos somos bolivianos defendiendo nuestra libertad y nuestro futuro. Hoy Bolivia se viste solo de los colores de su bandera mientras gritamos todos juntos, “democracia SÍ, dictadura NO”.
Los bolivianos no queremos ni re-elecciones, ni auditorías ni segundas vueltas, queremos la renuncia inmediata de Morales y el fin de su régimen dictatorial.
¡Morir antes que esclavos vivir!
¡Que viva Bolivia carajo!
Matilde Handal Rabaj es una escritora contribuyente. Escríbanle a feedback@thegazelle.org.